Recuerdo con cariño y cierta melancolía la ocasión en que Abuelito Gil preparaba unas “papas a la mexicana”, no sé si ese sea el nombre correcto pero básicamente son papas cocidas con agua junto con chiles verdes, cebolla, ajo y jitomate (tomate rojo), todo picado, las papas cortadas tipo a la francesa. Era una delicia comer tacos de este guisado, eso sí, las tortillas debían ser recalentadas a fuego lento en el comal y no recién salidas de la máquina de la tortillería, porque de otra manera todavía están crudas, decía Mi Abuelito. Y es que este platillo fue una de sus especialidades, en verdad valía la pena esperar, justamente ese era un paso importante en el proceso para disfrutar de este guisado, porque después de un tiempo de cocción él le ponía el fuego lento, le ponía una tapa a la cazuela y decía: “bueno, ya nadamás nos falta esperar, dejarlo con poquito fuego y que agarré el sazón”.
Y es que sí, el tiempo es primordial, pero no ese tiempo que puedes pagar y comprar, o ese tiempo que tienes por delante al que nombramos futuro, “el tiempo más importante es el que vives realmente”, el que disfrutas entregandote con devoción en algo, sin prisas, sin preocupaciones por el futuro y sin lamentos o tristezas del pasado, simplemente dedicar tus sentidos a recibir el presente.
Y eso es lo que hacía con Abuelito Gil: esperar hasta que el guisado se cocinaba y llegaba a su punto. Mientras él y yo ocupamos ese tiempo en platicar sobre sus anécdotas en Penjamillo, su pueblo natal, y sobre mis inquietudes personales de trabajar tópicos de fisica y matemáticas en los proyectos de la universidad. Así era este proceso, platicar y conocernos un poco más mientras contemplamos el fuego lento, el vapor en movimiento y el tiempo constante, avanzando hacia adelante cociendo el guisado poco a poco.
Revivir este tipo de experiencias me ayuda a confirmar que “el tiempo más importante es el que vives realmente” y para llegar a esto el manejo adecuado de las emociones, la administración del tiempo y la definición de prioridades juegan un papel crucial en este tema. De hecho creo que esto queda bien definido en un concepto nombrado Higiene Emocional, que tiene ya varios años que algunos pocos terapeutas y otros pocos médicos vienen usando como parte de la cura para muchas enfermedades en especial para el trastorno de ansiedad.
Y es que la Higiene Emocional es cosa fácil de entender aunque difícil de poner en práctica, porque es una analogía a la higiene corporal: lavarse las manos después de ir al baño, cepillarse los dientes después de cada comida, usar cubrebocas cuando tengamos tos, etcétera. Solo qué en la Higiene Emocional lo que se procura es la mente, es decir, lograr una mente sana y limpia, sin emociones adheridas que la desequilibren y causen una carácter irritable y como desenlace una mente y cuerpo enfermizos. Cuanto bien extra haremos al mundo a partir del día en que nuestras escuelas y familias incorporemos el aprendizaje práctico de medidas de Higiene Emocional al mismo tiempo que mostramos medidas de prevención que ayudan a tener un cuerpo sano.